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ABRIL 2021 · ESP

Tras 15 años de carrera profesional el arquitecto Mauro Gilfournier funda Arquitecturas Afectivas. La iniciativa se define como “una comunidad que hace arquitectura con placer”.

En esta entrega de Ciudades oospandemia, Mauro Gilfournier conecta una terraza del centro de Madrid con un pueblo de León a través de una línea contínua; un hilo que puede permitir que la ciudad, los pueblos y los territorios sean lugares más vivibles en un futuro próximo.

Ciudades pospandemia #11

Audio: Mauro Gilfournier
Realización sonora: Genzo P.
Comisariado: Kristine Guzmán y Eneas Bernal.
Imagen: Arquitecturas afectivas. Cambium, bosque metropolitano de Madrid, 2021.

Conecta con el trabajo de Mauro Gilfournier a través de www.maurogilfournier.com y Twitter.

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Transcripción del audio

Gracias MUSAC. Gracias Kristine, Eneas. Gracias por acompañarme. Habéis sido una compañía todo este trimestre. Resonando en diferentes momentos, en una inspiración que se ha ido alimentando estos tres meses desde que me solicitasteis la grabación. En cierta manera, me apena tener que grabarlo, porque significa que este proceso se acaba… y así empezará otro.

Estamos a mediados de abril, en lo que esperamos sea ya la última parte de una pandemia en proceso de lenta vacunación. Y os hablo desde mi casa, desde el exterior de la ciudad de Madrid. A un lado, tengo la ciudad como un objeto que casi se puede tocar con el dedo. Un objeto-panorámico pero impenetrable a la vista. A través de la Casa de Campo, puedo llegar con mi imaginación a dos lugares de la ciudad.

Uno es una terraza en el centro de Madrid que poco a poco verdea, se enraíza y su hábitat va siendo múltiple y diverso a cada rato. Es un proyecto ilusionante donde algunas plantas acompañan el crecimiento de su moradora.

El otro es un espacio muy cuidado, donde compartimos ratos de trabajo, de calma, de comidas sanas y de sobremesas. En él poco a poco se desvela la necesidad de diseñar un jardín productivo más que humano. Un lugar para contemplar la belleza de la reproducción, del crecimiento simultáneo. Crecen nuestros niños en las ciudades, pero ¿junto a quien crecen? Envejecemos las personas, pero ¿acompañados de quien o de qué? Y desde estos ejemplos pensaba en la pregunta. ¿Podemos crear un entorno donde además de crecer nosotros como personas, puedan crecer otros seres? ¿Otras cosas vivas? ¿Qué somos capaces de cuidar y sostener?

La pandemia es un impasse urbano, un periodo de tiempo donde debemos atender a algo que va más allá de nosotros, y eso nos hace preguntarnos. ¿Dónde queremos vivir? ¿Con quién queremos vivir? Desde las arquitecturas afectivas hemos elaborado un mapa para el 2021 que nos preguntaba en esta situación de emergencia ¿Quién quiero que me acompañe? ¿Quién no? ¿Qué objetos me llevo conmigo en este año pandémico? ¿Qué miedos me habitan para tomar decisiones sobre mi vida, sobre la de los demás? Incluso que promesas me hago que sé que no voy a poder cumplir o que ni siquiera me hacen bien. Y todas estas preguntas por supuesto tienen un reflejo material, espacial y urbano. Todas estas preguntas llevan a valorar o denostar una de las preguntas importantes, a nivel individual y como sociedad planetaria ¿Dónde estamos?

A mí la pandemia me pilló ya en un impasse personal y profesional, que me ha permitido poder enfrentarla haciendo del ¿Dónde estoy? Un lugar de enriquecimiento personal y territorial. Valorando lo primero mi propia casa, y reconocerme en un lugar que me cobija. Después el territorio que aparece frente a mi casa. Un descampado antes denostado, y ahora, un lugar que percibo como un lugar que crece y cambia como yo cambio. Una posibilidad para la ciudad. Quizás, la única para un devenir resiliente. Tras este descampado uno puede acceder a la Casa de Campo y allí, juntas ella y yo, hemos vivido la soledad de este período. También los paseos que la ley no nos ha permitido dar, la inaccesible posibilidad de la tormenta Filomena, y hoy el cuidado por el trabajo de recoger, trocear todas esas ramas y árboles que no aguantaron la envestida de la nieve.

El paisaje de repoblación de pinos no aguantó a Filomena porque es un paisaje irreal. Es un espejo de nosotros mismos como sociedad. Una plantación patriarcal, diría yo. El pino parece el macho único de las especies posibles del ecosistema ibérico, si no es capaz de albergar en la sucesión ecológica a otras especies y otras bio-complicidades.

En este proceso y este tiempo desde las arquitecturas afectivas, hemos desarrollado un programa para las ciudades y los territorios del siglo XXI que se basan en realidad en no crecer como humanos a través del urbanismo que conocemos para que sean otros los que lo puedan hacer. Nuestro programa denominado #cambium es una agenda urbana, política y afectiva que quiere que, por el ejemplo, el derecho al bosque sea un lugar desde el que diseñar la ciudad. Dónde bosque y ciudad no sean entidades antagónicas.

Donde lo urbano no sea la exclusión de lo salvaje, y el bosque no sea un campo de refugiados de especies vegetales, como diría Emanuele Coccia. Un bosque tan diverso, donde Filomena no sea un motor de destrucción sino la energía de la vida intensa para nutrir de agua el invierno de la meseta. Un bosque donde TODO forma parte de él, carreteras, infraestructuras, barrios, personas, etc. Una ciudad donde todos sus ciudadanos tienen derecho a un espacio en conexión con lo vivo y lo que crece a su lado cerca de casa, y no solamente los parque homogéneos y desertizados. Mi privilegio con el descampado frente a mi casa puede ser un motor para la ciudad que está por venir.

Desde este territorio en el que vivo, a las afueras de Madrid, imagino con la misma intensidad la terraza y el jardín del interior de la ciudad y los espacios exteriores a ella. Y pienso durante este texto en la ciudad de León, y en los pueblos más allá de la ciudad de León. Y soy capaz de comprender, que la ciudad postpandémica es una línea que vincula la pequeña terraza del centro de Madrid, con el pequeño pueblo de León. Y es importante aquí lo de pequeño, porque el mundo está narrado desde las grandes hazañas, pero se construye desde la fragilidad de nuestros pequeños actos. Por lo tanto, la ciudad postpandemia para mi es una línea continua que une dicha terraza del centro de Madrid con un pueblo de León. Desarrollar este hilo puede hacer de la ciudad, los pueblos y los territorios lugares más vivibles en un futuro próximo.

¿Y cómo lo hacemos? Mi labor como arquitecto se está trasformando desde hace años en dejar de comprender el espacio desde esas categorías espaciales de la exterioridad que nos han marcado tanto, que después de nuestro cuerpo está la casa, y luego la calle y la plaza, el espacio de lo público, la ciudad, el territorio y la naturaleza describía el Horla de Guy de Maupassant. Que además han dado lugar a disciplinas basadas en el tamaño y escala de las cosas desde el diseñador de moda o el diseñador interior, al arquitecto, el urbanista o el paisajista o geógrafo. Y poder comenzar a comprender que nuestro trabajo tiene más que ver con los vínculos que queremos reproducir que con las escalas de ¿Dónde lo hacemos? Y de esta manera ¿Desde dónde diseñamos? Se convierte en una pregunta vinculante.

Sobre el diseño

Las ciudades y los territorios urbanos tienen una posibilidad no explorada con claridad que es pensar en el otro. El diseño no existe sino está ligado a la vida del otro. Esto significa que el proceso de diseño no es solamente para el beneficio de las personas, sino que la vida de otros seres, árboles, animales, insectos es también diseño. Todo, para que la ciudad y lo urbano no agote sus posibilidades de existir.

Las arquitecturas afectivas que propongo tienen sentido al pensar que el proceso de la vida y el diseño son una misma cosa. Vivir es diseñar. Diseñar infraestructuras como sistemas completos que deben estar al servicio de una vida en situación de cambio.

“Como arquitectos y diseñadores, debemos ser capaces de practicar una escucha tranquila que haga posible que otros seres también diseñen”

El cambio es dejar que otras personas, seres y cosas vivas diseñen en colaboración. Escuchar en calma, para que lo que otros dicen, hacen, expresan y sienten sea motor de nuestro diseño. Las especies diseñan, se cuidan unas a otras. Aprender a escuchar en el lugar para que otros puedan diseñar. También desde la fragilidad de la vida en la pandemia. Nuestro rol es escuchar y poner presencia y atención. Para las arquitecturas afectivas, eso es diseñar.

Por esto pienso que son más necesarias que nunca las arquitecturas afectivas. Y es necesario decirlo hoy, ante el auge de las emociones en un espacio público, político y económico dominado por el capitalismo emocional, diseñado para incrementar la productividad, la predictibilidad y el rendimiento. Es hoy cuando necesitamos la atención suficiente para no sucumbir a la contaminación emocional a la que nos vemos inmersos en el día a día. Desde lo que se viene denominando teoría crítica afectiva, pero sobre todo desde abrirse a la posibilidad de experimentar una idea: disminuir los vínculos no vinculados puede ayudarnos a reducir el consumo de recursos planetarios finitos para habitar una abundancia de nuevos recursos afectivos que están por descubrir. Lo afectivo es hoy, una forma de resistencia a la emocionalidad no vinculada; a la búsqueda de emociones fuertes y constantes. Las arquitecturas afectivas son el camino que inicio, con todas sus consecuencias, como una propuesta de estar en el mundo. Una manera de habitar mi práctica vital en la experiencia de afectar el vínculo de la vida. De estar con él, dentro y fuera de mí.

Las arquitecturas afectivas son mi forma de nombrar la ecología de los afectos que fabricamos cuando decidimos espacializarnos en el mundo. Es un camino de ida y vuelta entre la materialidad de nuestras casas, nuestras oficinas, nuestras ciudades y el lugar desde donde tomamos las decisiones individuales y colectivas que vinculan nuestros procesos espaciales y materiales en un lugar determinado, sea este geográfico o digital. Establece diálogos y compromisos con lo que denomino materialismo afectivo, donde la pregunta sobre el espacio se convierte de nuevo en una pregunta vinculante. ¿Qué cuerpo soy capaz de habitar? ¿Qué casas son las que me habitan? ¿Existe una ciudad o un entorno urbano que pueda sostenerme y que no sustraiga mi energía biológica?

Por esto diseñar es poner atención, escuchar, para detectar las realidades afectivas que percibimos en nosotros y nuestros entornos. Dibujar lo que observamos es investigar, es hacer del dibujo una herramienta de la intuición. Desde ahí, habitar las intenciones desde las que hacemos las cosas, todas ellas; pues nunca hay una sola intención. Por último, es un proceso de cuidado para abrirnos a nuevos territorios.

Sabemos hoy que la arquitectura también nos compone. Lo material nos afecta. Si esto es así, ¿podemos trabajar en el desarrollo de un materialismo afectivo?, ¿podemos pensar una arquitectura material que nos ayude a crecer juntos como sociedad? Y si hablamos de materia, también hablo de energía, información, conocimiento. De energía biológica como la que consume nuestro cuerpo para hacer tal o cuál acción. La ciudad hoy es un lugar que nos chupa la energía y apenas nos la devuelve. Debemos modificar esta relación energética. El campo también lo hace, no existe un campo como exterior de la ciudad, como un parque temático donde vamos a comprar quesos y pasear al aire libre en estancias de turismo rural. Necesitamos un equilibro en todas las entidades de esta línea continua que habitamos en esta conversación de la terraza del centro de Madrid y un pueblo de la provincia de León. También este cambio es material, que para mí es una evolución y me doy cuenta que la arquitectura es materia afectiva. Es afectiva con el suelo que pisa, con el aire que le rodea, con el agua que usa o la energía que utiliza. Es afectiva con las personas que están, con las que la transitan; con los invitados, con los ocasionales. También con la memoria de quienes lo habitaron marcada en su materia. La arquitectura es afectiva con los seres que deambulan por ella, que la atraviesan; con los que están cerca, y con los que están lejos. Con lo que está presente y con lo que se excluye; con lo que cuida y con lo que perjudica. La arquitectura construye distancias afectivas con los seres y las personas. A veces, conviene alejar, otras veces hay que acercar; pero siempre hay que ser conscientes de las distancias que construimos. Diseñamos la distancia entre las cosas. Construir distancias del ruido de alrededor, acercamos distancias con las cosas vivas que no podemos sentir si no escuchamos con atención. En mi caso la observación y la escucha hacen los proyectos.

Creo que la ciudad postpandemia es esa línea continua que une una terraza del centro de Madrid con un pueblo de León. Este hilo puede hacer de la ciudad, los pueblos y los territorios lugares vivibles en un futuro próximo. Implica deshilachar esa madeja de vínculos que nos compone para observar con qué vínculos reales queremos vincularnos y con cuáles no. Implica una vez deshilachados construir desde el lugar propio y, en relación con las demás entidades, cuerpos, objetos, casas, ciudades, trazar preguntas vinculantes. Creo que desde este lugar es desde donde surgen unos entornos, ciudades, territorios, diferentes donde:

· Las infraestructuras sean diseñadas al servicio de la vida.

· Que las cosas puedan crecer simultáneamente.

Hoy nos frustramos en casa y nuestros cuerpos quedan confinados en su interior, pero no es totalmente cierto. Hay algo un poco peor: se conforma un continuo casa-teléfono-cerebro que nos hace tanto daño colectivo como el propio virus y no nos deja estar tranquilos. La cantidad de información que circula en la pandemia hace que, precisamente, desaparezca la posibilidad afectiva de habitar ese otro lugar para poder estar en calma.

El hilo continuo de acciones que podemos construir desde la pequeña terraza del centro de Madrid con el pequeño pueblo de León, necesitamos construirlo desde la calma y la tranquilidad. Y eso es hoy casi un privilegio dadas las condiciones estructurantes que vivimos en este capitalismo pandémico. Pero como otros privilegios, es un privilegio a conquistar, pues desde este privilegio vinculado con la vida, con el cosmos, con nosotros, podemos fabricar un entorno más vivible. Un lugar para vivir distinto.

Gracias a todas las personas que me rodean por permitirme estas reflexiones: a Tirso, a María, a Marta y a muchas otras. En este proceso a Eneas a Kristine, al MUSAC.

Y ahora a todos vosotros por escuchar y estar ahí. Gracias.

Más información y referencias:

Las casas que me habitan.

https://minchomag.bigcartel.com/products

Horla. Guy de Maupassant.

https://es.wikipedia.org/wiki/El_Horla

CAMBIUM Bosque Metropolitano de Madrid

https://www.youtube.com/watch?v=C7BDaZO1zik

Metamorfosis. Emanuele Coccia.

https://editorialcactus.com.ar/libro/metamorfosis-emanuele-coccia/

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