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NOVIEMBRE 2020 · ENG

La práctica de la artista americana Mary Mattingly combina permacultura, horticultura y escultura para modelar las relaciones entre las personas y la tierra que ocupan. La mayoría de sus proyectos invitan a la colaboración interdisciplinaria y a cuestiones de justicia social, ambiental y local. A través de intervenciones en sitios específicos, Mattingly brinda la oportunidad para la participación pública, el intercambio de conocimientos y la acción colectiva.

En Ciudades pospandemia, Mary Mattingly traza su visión sobre las cuestiones importantes para la salud mental y física durante la pandemia. A través de ejemplos de sus propios proyectos como Swale, sostiene cómo se puede lograr la ayuda mutua en tiempos de crisis.

Ciudades pospandemia #

Audio: Mary Mattingly
Realización sonora: Genzo P.
Edición y dirección: Kristine Guzmán y Eneas Bernal
Imagen: Mary Mattingly. Swale, 2017. Cortesía de Cloud Factory.

Conecta con el trabajo de Mary Mattingly a través de marymattingly.com e Instagram.

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Transcripción del audio

Al principio de la pandemia, hubo un remolino de especulaciones y millones de ciudadanos se vieron en la situación de tener que reaccionar a los constantes cambios de las instrucciones gubernamentales y de las recomendaciones de los medios de comunicación, así como a un cambio radical del lugar de trabajo. Viajar entre ciertos países estaba (y aún sigue estando) restringido, la información y las hipótesis se volvieron virales.

Con una enfermedad autoinmune que exigía una visita al hospital durante las primeras etapas de la pandemia, llegué al hospital Monte Sinaí en Manhattan para someterme a una intervención quirúrgica, y mientras estaba en la sala de espera mirando hacia la entreplanta, esperando una cita, recibí una llamada del cirujano recomendándome posponerla.  Los pasillos de Monte Sinaí eran un caos, pero la entreplanta estaba en silencio con una larga cola de gente de pie a dos metros de distancia, vestidos con batas de hospital y con la cabeza cubierta por una bolsa. Esto fue antes de que los médicos supiesen tanto acerca de este virus como ahora; sin embargo, se reflejaba la confusión en una gran ciudad en pánico que no estaba preparada, con tasas de enfermedad y más tarde con un número de muertes que aumentaría rápidamente.

En EE. UU, se empezó a politizar la pandemia.  Junto con la politización pública se encuentra el estrés relacionado con la publicidad y los medios de comunicación sobre el individuo para tomar decisiones, decisiones con consecuencias de vida o muerte, que alimentan el miedo sobre lo que se estaba almacenando y no estaba disponible, sobre cómo la gente debería aislarse, y cómo llevar a cabo interacciones básicas de forma segura, si es que hay alguna. Mientras exista la amenaza constante de que el estado de vigilancia gana terreno (como pasó el 11 de septiembre), las medidas básicas de seguridad seguirán estando ampliamente cuestionadas, como si ahora fuera posible adentrarse en un callejón sin salida para seguir, de forma generalizada, todos los movimientos de las personas.  Desde septiembre, 265.000 neoyorquinos se mudaron tanto temporal como permanentemente a otros lugares de EE. UU, por razones que van desde la interrupción de la educación hasta las posibilidades de trabajar en remoto o el cierre de industrias enteras.

La insuficiencia y precariedad de la seguridad social en EE. UU es una realidad para muchos habitantes de la ciudad y del país que ya estaban con el agua al cuello económicamente antes de la llegada del virus. Volver a centrarnos en ampliar estas redes de seguridad para los vecinos ha sido la contundente respuesta a la pandemia en Nueva York. Con gente de muchos sectores (considerados) no esenciales sin trabajo, las grupos de ayuda mutua tomaron como escenario principal Nueva York y otras ciudades del país, y alcanzaron nuevos niveles de perfeccionamiento organizacional (basado en redes).

La pandemia ha sido el lugar donde antiguos y nuevos sufrimientos se encuentran. El acceso a aire limpio, agua y alimentos saludables varía para los habitantes de la ciudad en tasas desiguales, a menudo dependiendo de los ingresos y formas de sesgo sistemático, incluyendo el redlining (que es la práctica discriminatoria que impide la inversión en sociedades que la industria considera desfavorables o demografías de alto riesgo, normalmente con amplias poblaciones minoritarias). La pandemia ha conseguido que las múltiples crisis de falta de viviendas estables y asequibles, acceso a alimentos saludables, espacios verdes, atención médica garantizada, y trabajos sostenibles sean visibles para todos.  Ha sido una estimación por ciudades, y a la vez, ha hecho que muchos agradeciesen estar cerca unos de otros y de los servicios que necesitan.

El acceso a espacios verdes ha sido de gran importancia para la salud física y mental diaria, que considero que va a obligar a las ciudades a cambiar el uso del suelo, aumentando el acceso a parques públicos, y va a obligar que los diseños de escuelas incluyan espacios interiores y exteriores flexibles, ya sea habilitando azoteas o modificando los edificios, lo cual animará a los centros culturales a dotarse de espacios al aire libre, cambiará la forma en la que se construyen los edificios verticales altos al mismo tiempo que aumentará la demanda de edificios de poca altura sin sistemas HVAC (Calefacción, Ventilación y Aire Acondicionado), que son perjudiciales para el medio ambiente y la salud, y que puede solucionarse con arquitecturas basadas en soluciones que enfrían y calientan de forma natural las estructuras. Los diseños futuros evitarán las cristaleras y más bien exigirán que las ventanas se puedan abrir.

Puesto que vemos más aceras y calles destinadas a restaurantes, los residentes se animarán a adentrarse en cinturones verdes (con menor uso de carreteras) y recuperar espacios de cemento para construir espacios de vida natural que se puedan usar para caminar e ir en bicicleta a diferentes áreas de la ciudad, y a la vez creo que se hará un gran esfuerzo por comenzar a producir más bienes esenciales en las ciudades, para compensar la demanda en las cadenas de suministro de todo el mundo en momentos de emergencia.

Con el objetivo de aumentar la disponibilidad pública de alimentos a través de la silvicultura, en 2016 lancé un proyecto llamado Swale en una ciudad donde más de un tercio de la población vive en lo que se considera un desierto alimentario.  Aquí, recolectar plantas en espacios públicos ha sido ilegal durante 100 años, y se considera destrucción de la propiedad. Swale, una obra pública instalada en el río Bronx entre 2016 y 2019, se basa en el «derecho común» del agua como un vacío legal para lograr lo que era ilegal en terreno público. Un bosque de comida flotante construido sobre una barcaza de unos 1.500 metros cuadrados, Swale viaja a los muelles públicos de la ciudad de Nueva York dando la bienvenida a los visitantes para que cosechen libremente hierbas, frutas y verduras en un bosque de comida flotante.  Si la cadena de suministro de alimentos se rompiese, los habitantes de las zonas urbanas necesitarían desarrollar una gran cantidad de fuentes alternativas de alimentos.

La agricultura industrial intensiva y las formas de obtención como la tala de árboles y la minería han contribuido durante mucho tiempo a la degeneración de ecosistemas que afectan tanto a las comunidades urbanas como rurales.  Creada en ciudades que dependen de lugares de extracción externos, Swale ha trabajado en estrecha colaboración con los residentes en procesos de diseño colaborativo, poniendo de relieve el conocimiento ecológico tradicional basado en espacios comunes que ha perdurado en las culturas indígenas de todo el mundo.  Los vecinos de los muelles intercambian conocimientos prácticos sobre la tierra, el agua y las propiedades alimenticias y medicinales de las diferentes plantas perennes de la zona. A partir de estas formas de compromiso, Swale forma coaliciones de apoyo entre los vecinos con el fin de instar a los organismos de la ciudad a legalizar la recolección de alimentos en los parques públicos.

En 2017, la ciudad de Nueva York derogó una ordenanza que consideraba la recolección de alimentos como destrucción de la propiedad tras lanzar su primer «Foodway» en el Parque Concrete Plant en el Bronx. En una ciudad con poco más de 40 hectáreas de espacio designado para jardines comunitarios (que no son públicos) frente a 12.140 hectáreas de parques públicos, «Foodway» es un lugar donde cualquiera puede venir a cualquier hora del día a recolectar alimentos frescos gratuitos. El creciente equipo de Swale continúa trabajando para transformar las políticas que aumentarán la presencia de tierras públicas de alimentos a través de peticiones y asociaciones con grupos de administración en parques locales.  Debido a que es fácil ignorar algo que no te afecta directamente, Swale aborda desigualdades alimentarias y de ingresos, facilitando opciones para que más personas se involucren en el entramado de la ciudad de forma única.  En un país vinculado por un poderoso cambio hacia la privatización de espacios públicos, infraestructuras y servicios, los proyectos como Swale aumentan el acceso a alimentos y terrenos públicos y surgen del deseo de poner en práctica los principios de ayuda mutua. Durante la pandemia en la ciudad de Nueva York, la cooperación a través de la ayuda mutua consiste en asegurarse de que todos puedan tomarse un respiro del trabajo, mantenerse hidratados y lavarse las manos, no sentirse solos o abandonados, recibir atención médica y cuidados personales, tener un hogar y suficiente comida.

La ayuda mutua no es un concepto nuevo, pero no se había accionado antes aquí a este nivel, ni con la ayuda de herramientas digitales que simplifican la complejidad de la coordinación. La historia es rica, desde los excavadores en Inglaterra en el siglo XVII hasta el ensayo del filósofo ruso Peter Kropotkin en 1902, llamado «Mutual Aid:  A Factor of Evolution» (Ayuda mutua: un factor de evolución) que investigó sobre la necesidad de cooperación comunitaria para la supervivencia humana. Afirma: «Practicar la ayuda mutua es el medio más seguro para darse unos a otros y, para todos, la mayor seguridad, la mejor garantía de existencia». Su obra ha sido fundamental para los organizadores de la comunidad y los pensadores sociales desde entonces. En Estados Unidos, las redes de ayuda mutua han surgido debido a la ausencia de oportunidades económicas y apoyo institucional. El partido Pantera Negra practicó la ayuda mutua en la década de 1970 a través del programa Desayuno Gratuito para Niños, al igual que la clínica Haight-Ashbury en San Francisco. La ayuda mutua tiene una larga historia en muchas comunidades marginadas, así como en comunidades religiosas.

La pandemia ha demostrado que solo cuidándonos unos a otros podremos disminuir la cantidad de enfermedad, muerte y sufrimiento emocional, y hasta que más gente no valore la cooperación como principio, el virus seguirá propagándose.  Si bien el distanciamiento físico, el lavado de manos y el uso de la mascarilla son herramientas necesarias para ayudar a detener la propagación de este virus, solo son efectivos cuando se basan en una ética y una práctica de solidaridad social y cuidado colectivo.  Las redes de ayuda mutua se han visto fortalecidas por la pandemia y mucha gente se ha comprometido con estos grupos a largo plazo, trabajando en temas de vivienda y justicia alimentaria. Estas redes, con su creciente aumento de inscripciones, estarán aquí para quedarse en las ciudades pospandemia.


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